Categories
Artículos

Lo que el viento se llevo 01

Esta semana estaba viendo junto a mi esposa una película que se llama Luther (en español Lutero), que habla de la historia del famoso reformador o desatador de la reforma Martín Lutero. Y me recordó uno de los términos más debatidos en tiempos remotos a la primera iglesia, suspendido por algunos años y luego sumamente acentuado durante el tiempo de la reforma: la justificación por la fe. Lutero entendía que según la Palabra no hay nada que el hombre pueda hacer para que Dios borre sus pecados, pues ese trabajo le corresponde a Cristo… sustentado en: “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de Jesucristo…” (Romanos 5:1). Lo demás es historia…

Pero durante años ha habido un debate (¡todavía!) de lo que esto significa. Qué se debe hacer o qué no se debe hacer, ha ocupado la mayoría de discusiones teológicas y personales. O sea, que no entendiendo bien la justificación caemos en preguntar lo mismo una y otra vez.

OK… organicemos nuestros pensamientos: poniendo un lado todas las pequeñas cosas, que han surgido durante nuestra historia y a las que no les teníamos respuestas, el tema principal de la iglesia durante los últimos quinientos años se ha enfocado en dos vertientes principales:

1- Cómo lidiar con el pecado (dentro de lo que cae la justificación)…

2- Cómo llegar al cielo…

Una y otra vez durante nuestra historia esas preguntas surgen, y surgen también en nosotros mismos. De eso se trata: pecado y cielo. Del cielo hablaremos la próxima semana, lo pueden ir mirando, de día preferiblemente… ¡Ah! y es muy bonito cuando hay nubes blancas que no amenazan con lluvias. Pero esta semana hablaremos un poquito de ese tema que ha ocupado nuestras discusiones teológicas, de las que gracias a Dios nosotros estamos lejos, y obviamente la hemos pensado muchísimas veces.

El pecado…. básicamente porque es tan difícil controlarlo y aunque lo que ofrece es momentáneo, admitámoslo: pecar, en muchas ocasiones da placer, y cuando no da placer es la salida más rápida a problemas que tenemos: te deben: lo matas; te engañó con el caché del colmado: la matas; te vino a cobrar: lo matas… y no da placer, pero es una salida rápida… olvidando las consecuencias, claro.

Cada uno de nosotros tenemos cosas que no podemos controlar fácilmente y que ya hemos caído tanto, que cuando vamos delante de Dios decimos: “Ná’… otra vez ante ti… ya no sé como orar… pero…” Así que eso desarrolla en nosotros nuestra propia teología y alucinamos que hemos escuchado la voz de Dios diciéndonos: “Bástate mi gracia hijo mío…”

Los teólogos también han hecho su parte en esto. Esta semana leí sorprendentemente de un famoso escritor cristiano que decía: “Cuando uno se entrega a Dios, ¿qué entrega? Su destino eterno. Ese es el asunto, no los años de nuestra vida en la tierra.”[1] Dice Ryrie además que: “Yo no necesito lidiar con cosas que competen a la vida cristiana para ser salvo.” [2] En otras palabras, una vez que eres perdonado de tus pecados, todo está resuelto, amén.

Y como el pecado es lo único que nos concierne pues se nos ha enseñado que es el único problema y que y a todo jevi, entonces la justificación es lo único que importa pero nos hemos olvidado que justificación es sólo una parte, se nos ha hablado mucho de eso pero no se nos ha hablado de regeneración.

De hecho, es un error que tenemos desde la Reforma.

Walter Nigg escribió: “Fue desafortunado, penoso y deprimente que ninguna reforma de la vida tuviera lugar durante la Reforma.” [3]

Lo único que se peleó durante la Reforma fue: justificación por la fe. “No es por obras para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9). Fue una liberación de las falsas enseñanzas de las indulgencias (salvación a través de dinero, en resumen) y de hacer obras que supuestamente te justificaban delante de Dios. Pero ¿qué pasó con la regeneración?

Definamos los términos para poder entendernos mejor:

Justificación: en términos teológicos es el acto mediante el cual somos “justos” delante de Dios, no por lo que hacemos sino por la sangre de Cristo, por su gracia (Rom. 9:11). Esto se obtiene al aceptar a Cristo como salvador personal.

Regeneración: Luego de ser justificado, el Espíritu Santo empieza un trabajo de limpieza y te hace nuevo (Tito 3:5 dice: “nos salvó, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo…”)

En otra ocasión Pablo menciona esta transformación del Espíritu junto con la justificación y dice: “Pero gracias a Él ustedes están unidos en Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría- es decir, nuestra justificación, santificación y redención…” (1 Corintios 1:30)

Sí, es cierto, la lucha con el pecado es tan dura que uno a veces se rinde y tiende a buscar maneras para justificar el hecho de que no hemos sido regenerados. Un famoso líder cristiano, quien ya murió y a quien yo personalmente admiraba mucho, dijo que cuando era niño, momento en que aceptó al Señor, pensaba que al momento de ser grande las personas verían una evidente transformación en su vida. Años antes de su muerte dijo: “Ahora tengo cincuenta años y hay muy poca diferencia.” Así que llegó a la conclusión de que “Si hay un cambio, ese cambio es más dentro que por fuera. La diferencia que Dios hace es solamente visible delante de Dios…. Y nadie más.”

Todavía no tenemos cincuenta años y algunos hemos llegado a esa conclusión, pero déjenme decirles que esa es una manera muy irresponsable de pensar.

Lo duro de admitir es que estas dos cosas se confunden con el texto bíblico.

El mismo Pablo admite en Romanos 7 que: “me doy cuenta que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado… ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?” (Rom. 7:23, 24)

No es posible que si Pablo dice al principio del capítulo 8 que ya estamos muertos al pecado, sigamos viviendo en este o siendo esclavos de este. No es compatible que una persona que tenga la naturaleza del Espíritu siga viviendo como un hombre natural. Por tanto, ya no somos esclavos del pecado, es duro de admitir cuando nos vemos en situaciones no poco vergonzosas muchas veces, pero Cristo ha muerto por nosotros y por su vida tenemos vida también nosotros.

[1] So Great Salvation: What It Means to Believe in Jesus Christ. Charles Ryrie. Moody Publishers, 1997. ISBN 0802478182

[2] Charles Ryrie. Ídem

[3] Die Kirchengeschichtsschreibung. Grundzüge ihrer historischen Entwicklung. Walter Nigg. Beck, München, Alemania, 1934

Fausto Liriano es pastor de El Círculo. Está casado con Noelia Pinto. Residen en Santo Domingo, República Dominicana.

Leave a Reply