“¿Quién ha creído a nuestro anuncio?”
Isaías 53:1
Unas horas han pasado desde que murió. La mayoría de los discípulos se habían escondido por temor a ser apresados, quizás otros, estando juntos, recordaban los milagros, las sonrisas y las increíbles enseñanzas de Jesús en alguna cena, la cara de enojo de los fariseos al ver que se sanaba alguna persona en día de reposo, la resurrección de Lázaro, la alimentación de los cinco mil…
Pero murió.
Igual que Teudas hace algunos años, que decía ser el Mesías, lo apresaron y ejecutaron, y sus seguidores se dispersaron.
O como el primer pseudo-mesías que los romanos crucificaron hace ya decenas de años.
Duda.
¿Será este el Cristo?
Algunos recordaron que Jesús habló de una señal de… Jonás, que iría al interior de la tierra y luego sería levantado al tercer día. “¿No sería otra de sus parábolas?”
No quiero imaginar todo lo que había en la cabeza de los discípulos en ese sábado, el día después de que murió Jesús. . Los sentimientos del tiempo perdido, la sensación de otros de haber sido engañados, alguno que firmemente creyó tratando de convencer al resto.
Como… nosotros…
Como nosotros, cuando a pesar de todo lo prometido por Dios, de palabras de fe, de memorización de las promesas de Dios para su gente en las Escrituras, nos sentimos derrumbados porque el plan no va de acuerdo a patrones humanos y parece que todo se… derrumba.
¿Es posible confiar en Dios todavía ahí?
Es un buen momento para pensar a qué nos aferramos: ¿a lo que vemos? ¿a nuestros planes? ¿o la Palabra de Dios sigue teniendo sentido para nosotros en el “valle de la sombra de la muerte”?
Creerle a Cristo incluye esos momentos oscuros. Todavía ahí “Ni ojo vio, ni oído oyó, las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman.” (1 Corintios 2:9) tiene mucho sentido. Los discípulos están a unas horas de descubrir eso.