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¿Qué tienes en la mano?

En estos últimos días he estado pensando mucho acerca de lo que Dios pide de cada uno de nosotros. Durante este tiempo han venido a mi mente las historias de muchas personas que recibieron un llamado de Dios para hacer un trabajo especial; y las circunstancias que rodearon estos llamados.

Particularmente me llama mucho la atención el llamado de Moisés, pues hay características del llamado de Moisés que son comunes a todos los llamados que Dios hace, incluyendo el que nos hace hoy en día a cada uno de nosotros.

En Éxodo capítulos 3 y 4 esta el relato del llamado de Moisés. Dice la Biblia que un día, mientras Moisés cuidaba las ovejas de su suegro Jetró en el desierto, llego hasta el monte Horeb, que también es conocido como el monte Sinaí o el monte de Dios. Sigue diciendo la Biblia que el “Ángel del Señor” o sea, el mismo Dios, se le apareció a Moisés en una llama de fuego en medio de una zarza (un arbusto pequeño). Al acercarse Moisés a investigar porque a pesar del fuego, la zarza no se consumía, escucha la voz de Dios que le dice: ¡descálzate! Cuando Moisés entiende que esta frente a Dios, su reacción es de miedo, de terror. Lo primero que hace es cubrir su cara ante la presencia terrible y sobrecogedora de Dios. Esta es la primera característica en el llamamiento de Moisés común a todos los llamados que Dios hace. Cada vez que encontramos en la Biblia que alguien tiene un encuentro con Dios, describe el texto bíblico una experiencia única e inigualable, que marca a esa persona por el resto de su vida. Entonces me pregunto; ¿Ha sido nuestro encuentro con Dios una experiencia única e inigualable? ¿De verdad somos diferentes desde aquel momento en que decidimos aceptar a Jesús como salvador y vivir para el?

Moisés y el Señor entablan un dialogo en donde además del Señor expresar que no le son ajenas las penurias de los israelitas en Egipto, le dice a Moisés que va a liberar a Israel del yugo de los egipcios y llevarlos a una tierra de tanta abundancia donde: “la leche y la miel corren como agua.” Para llevar ese plan a cabo Dios cuenta con Moisés para que este tenga un rol estelar en todo el proceso. Al Dios darle la orden a Moisés de que se pusiera en camino a hablar con el faraón para que dejara ir al pueblo de Israel salio a flote la humanidad de Moisés: – ¿Y quien soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?

¿Por qué siempre que Dios, quien mejor nos conoce, nos pide hacer algo que El sabe que podemos hacer, nosotros ponemos excusas o pensamos que no somos las personas adecuadas para el trabajo? Y no es que pensemos que de nosotros mismos salen todas las habilidades que Dios requiere para que realicemos Su trabajo; eso seria un extremo, pero el pensar que no somos adecuados para el trabajo que Dios nos pide que hagamos es estar en el otro extremo de la misma situación. ¿Por qué no podemos pensar, que si bien es verdad que la tarea que Dios nos propone muchas veces sobrepasa nuestras habilidades, Dios mismo nos capacitara para realizar Su obra? A pesar de la excusa inicial de Moisés, Dios le garantiza, al igual que como hace con cada uno de nosotros, que estaría con el siempre.

Moisés continuo poniendo excusas a la propuesta de Dios a medida que continuaban el dialogo. – Ellos no me creerán, ni tampoco me harán caso –contesto Moisés. Al contrario me dirán: ‘El Señor no se te ha aparecido.’ Un problema persistente al cual se tiene que enfrentar todo aquel que ha recibido un llamado de Dios, es la opinión publica. Y esto es así porque la mayoría de las veces, las cosas que Dios pide parecen ser inalcanzables, o estar fuera de toda lógica. Y como las personas somos entes sociales, o sea que vivimos en comunidad, le damos mucha importancia a lo que los otros dicen o piensan de nosotros. Tanta es la importancia, que tenemos las opiniones de los demás como una especie de termómetro que mide que tan “bueno” o “malo” es lo que estamos haciendo. Más aun, muchas veces, al igual que Moisés, tenemos la opinión de los demás como un validador de la misión que Dios nos ha encomendado. Dios entiende esta situación. ¡Si que la entiende! Y aunque la opinión de los demás no sea un validador de la misión de Dios, Dios si te capacitara con dones y habilidades que te permitan cumplir a plenitud con la misión que El te ha encomendado, y esos dones y habilidades si serán evidentes a ti y a las personas a tu alrededor.

Eso último nos lleva a la respuesta de Dios ante la última negativa de Moisés. Dios le pregunta a Moisés algo que a primera vista parece no tener nada que ver con la conversación. ¿Qué es lo que tienes en la mano? Le pregunto el Señor a Moisés. –Un bastón—contesto Moisés. El Señor le pidió a Moisés que arrojara el bastón al suelo y este se convirtió al instante en una serpiente. Después el Señor le dijo que agarrara la serpiente por la cola y esta se volvió de nuevo bastón. El Señor entonces le dijo a Moisés: –Esto es para que crean que se te ha aparecido El Señor…–

Cada vez que Dios le ha pedido algo a alguien, lo ha capacitado de antemano con algunas de las habilidades necesarias para cumplir eso que le ha pedido. Muchas veces, pero muchas veces estas habilidades pasan totalmente desapercibidas. Como si fueran simples bastones para pastorear ovejas.

La idea de misión que tiene Dios es la de un equipo, formado por El y nosotros, que trabaja en armonía para lograr un propósito.

Esta es la característica más importante en todo llamado que Dios hace. Creo firmemente que la pregunta mas relevante que tenemos que contestar cuando sentimos que tenemos que hacer algo para Dios es: “¿Qué tengo en mis manos?” Porque son esas cosas que tenemos en nuestras manos, nuestras habilidades, nuestros dones, nuestro talento, hasta nuestro sentido del humor, de las que Dios se valdrá, para a través de nosotros, realizar Su obra.

Al final de la conversación, Dios le dice a Moisés: “Llévate este bastón, porque con el harás cosas asombrosas.” Y verdaderamente así fue. En Éxodo 14, cuando los israelitas se vieron perseguidos por los egipcios y con el Mar Rojo bloqueando cualquier vía de escape, Dios le dice a Moisés: “…levanta tu bastón, extiende tu brazo y parte el mar en dos, para que los israelitas lo crucen en seco.” Y así sucedió.

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