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“En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad.”
Juan 1:4
Recuerdo que siempre que entraba a la casa de mi amigo Jetro, me llamaba muchísimo la atención un cuadro, de esos que la gente solía poner en sus paredes años atrás. Tenía la foto de una cruz, y leía:
“Le pregunté al Señor
cuánto me amaba, y abriendo los brazos
dijo: ‘Así’, y murió.”
Era típico que en mis meditaciones, pensara por mucho tiempo en lo que el cuadro decía, en la relación que eso tenía conmigo y todo lo que la muerte de Jesús representaba para mi vida. Amor.
No se en cuántas ocasiones usé el cuadro para un llamado o como una ilustración para un mensaje.
Amor.
Jesús me amó… así.
Pero la cruz de Cristo es también un ejemplo de vida… La primera cosa que creo que les llegaba a los discípulos mientras miraban desde lejos el horrible destino que le había tocado a Cristo, era:
“¿Quieren seguirme? Abandonen su manera egoísta de vivir, tomen su cruz, y síganme.” (PAR)
La cruz también nos enseña un estilo de vida. Este estilo de vida no nos salva. No recibimos gracia al empezar a negarnos, tomar nuestra cruz y seguir a Cristo. Pero lo natural es que, al ser profundamente impactados por su amor, por su gracia, por su belleza, por sus palabras, por su forma de vivir, por su humildad, por su compasión y misericordia, por su conexión con el Padre, no queramos otra cosa sino seguirle. Y si le seguimos de cerca, entonces lo imitamos y si lo imitamos tomamos el objeto donde morirán las cosas que impiden que yo muestre misericordia, compasión, que de… gracia. Entendemos que el obstáculo más grande a que otros vean que hay luz y que somos sal, somos nosotros mismos.
“Yo debo morir.”
Con determinación seguimos a Cristo hasta el calvario y nos damos cuenta que la muerte a la que tanto temíamos, que la desaparición de eso a lo que tanto nos aferramos no era tan dolorosa y se transforma en una de las experiencias más significativas de nuestras vidas.
Sorprendido por nuestra paz, nuestro temple, la tranquilidad que nos caracteriza, la entrega a otros, el amor, la compasión y todas esas cosas que forman parte del fruto del Espíritu, alguien un día nos preguntará cómo lo hacemos con tanta facilidad, y la respuesta que daremos es:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mi.” (Gálatas 2:20)
Cristo nos enseñó el camino…